Conduzco el coche que heredé de mi padre, un Peugeot 206 gris de veinte años. Voy un poco avergonzada y bastante temblorosa, agachada tras el volante como una ardilla asustada. En el capó pone PUTA, y a lo largo de todo el flanco del conductor pone ZORRA en enormes caracteres negros. No estoy orgullosa pero podría ser peor.
Me saqué el carné justo antes del primer confinamiento, con 49 años. Aprobé a la primera y en realidad conduzco bastante bien y soy capaz de aparcar casi en todas partes sin asistencia.
Me detengo en un paso de peatones. El chico que cruza mira el coche, me mira a mí, mira el coche. Me hundo un poco más en el asiento lleno de ceniza, aunque no tanto como para perder la poca visibilidad que tengo. Estoy estrenando progresivas y todo parece ondulante y borroso. Todo es ondulante y borroso, pienso mientras el chico cruza y mira.
Además de PUTA y ZORRA, tengo algo ilegible pintado en el parabrisas. No pintado: emborronado. Para ser sincera, tengo todo el parabrisas aerografiado en negro. Abajo del todo queda una pequeña rendija por la que mirar al exterior. El coche no lo heredé así, claro está. Mi padre era casi siempre una persona formal.
Avanzo muy despacio por el camino de tierra señalizado como Área restringida. Prohibido el paso excepto vehículos autorizados. No soy un vehículo autorizado pero sigo adelante. A estas alturas todo me da igual. Sólo tiemblo un poco, me escondo, miro por la rendija y sigo adelante. El agente de policía me hace una seña (creo) para que baje la ventanilla, creo. Bajo el cristal, me mira sonriente y dice Eso es personal. Pongo cara de autosuficiencia y respondo que eso parece. El calificativo Puta-Zorra suele ser personal salvo excepciones, pienso. Enseguida me retracto: no es personal sino universal e indiscriminado. Si el artista me conociera personalmente y hubiera querido ser fiel a la realidad y ofender de paso, habría escrito Pura-Casta en la carrocería. Pero en estos tiempos ya nadie se molesta en conocer a su víctima.
El agente me indica que aparque y salga. Fugazmente pienso que debería sacar los bastones de marcha nórdica sin estrenar que llevo en el maletero, por si me da por andar o por defenderme a la nórdica. Me da pereza y los dejo de momento. Abandono el coche con la certeza de que todo se viene abajo en general y en particular. Tengo el DNI caducado hace cuatro meses. Hice intentos de renovarlo pero ninguno cuajó.
Hace mucho frío. En la sala de espera, los dedos se me quedan sin riego, insensibles y color cadáver. Durante un milisegundo me preocupa mi imagen. Supongo que parezco una trastornada que ha grafiteado su coche para poner una denuncia falsa y sacar algún dinerillo. La sensación de que ya soy un cadáver despeja de inmediato el escrúpulo narcisista.
Ahora trato de convencerme de que la Justicia y la Verdad están de mi parte. Eso espero, joder.
Joder, qué frío.