viernes, 3 de julio de 2020

ESTADO DE ALARMA

He empezado el día matando un saltamontes a clancletazos. Tras varios golpes, ha quedado agonizante pero vivo. Se me ha puesto mal cuerpo y me ha agarrado una sensación de haber obrado mal, muy mal, contra natura.
Al levantarme de la cama, he ido directa al baño sin ponerme las gafas, cosa rara porque es lo primero que suelo hacer al abandonar la horizontal. Me he sentado en el inodoro y entonces le he visto. Aunque sería más preciso decir que no le he visto. En realidad he apreciado un borrón justo enfrente de mis pies. Con una urgencia de trinchera amenazada, he descalzado mi pie derecho y le he asestado el primer clancletazo sin pensarlo, sin verlo y sin abandonar mi posición. Al notar que aún se movía, he despegado el culo de la taza y le he atizado más y más con el pánico reptiliano de mi cerebro dormido.
En parte por miedo y en parte porque algo no cuadraba, he corrido a por las gafas, he vuelto a la escena del crimen y entonces le he visto. Verde árbol, inocente, masacrado, y todavía vivo. Esto ha sido peor: el córtex y la vista ya me funcionaban, no era una cucaracha grande como yo creía. Era lo que era, un pobre saltamontes desorientado frente a mi impresionable miopía. Dios, qué mal rollo. He tenido que rematarlo, joder, no podía dejarle así. Aunque no soy budista ni especialmente animalista, me pesa haber matado al bicho, de tan mala manera además. Me fastidia haber hecho, presa del pánico, algo que no habría hecho en otras condiciones ópticas y de consciencia .
Si hubiera mantenido la calma, habría liberado al frágil saltamontes lanzándolo suavemente al jardín, de donde (supongo) procedía. Culminar el error ha sido horrible, espantoso, no daré detalles. Cuando saque la basura esta noche, no podré dejar de pensar que ahí va la víctima de mi deplorable estado de alerta permanente.